Había llegado. Por fin. Y ahí estaba toda su familia, sabia que su padre y su hermana había muerto pero se vio contenta de ver a todos. Pero sobre todo se alegro de verlo a el. Alicio. Lo quería con toda su alma. Era la razón por la que no había perdido la esperanza.
Antes de que la diligencia parase, Julia saltó de la diligencia y corrió hacia sus familiares. La primera a la que abrazó fue su madre. Rápidamente se vio rodeada de sus hermanas. Cuando se separaron abrazó a Paulino y después se fundió en un beso con Alicio. Era un beso de reconciliación. Deseado. Esperado. Apasionado. Los dos jóvenes se amaban. Se amaban tanto que durante su exilio Alicio le escribió una carta todos los días durante 3 largos años. Y fueron 3 largos años en los que Julia no pudo contestar. Porque no le dejaban mandar cartas. Y sufría. Sufría por no poder responder a todo lo que le contaban. Por no poder contar lo que le pasaba. Porque en el pueblo donde la tenían exiliada trabajaba. Trabajaba muy duro. Todas las mañanas se levantaba y iba temprano a la casa de una doña, a la que llamaban Montenegro. Iba al río por el que bajaban heladas aguas, y limpiaba las sabanas hasta que no sentía los dedos. Luego subía a la colina donde estaban los tendederos y si tenia suerte la ayudaba alguna mujer del pueblo. Después volvía y tras comer un triste mendrugo de pan duro tenía que ir al campo a recoger, arar o lo que hiciese falta hasta que se ponía el sol. Cuando volvía se juntaba con sus compañeras exiliadas y les repartían el correo. Y cuando volvía a salir el sol repetia el proceso. 3 años. 3 años siendo esclava de la Montenegro y agachando la cabeza. Pero todo eso ya había terminado. Y por fin estaba en su pueblo. Con su madre. Sus hermanas. Su hermano, y sobre todo Alicio. Julia por fin había vuelto.
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